La vida es constante cambio y dinamismo.

 

A menudo tendemos a pensar que tras pasar una infancia y una adolescencia donde se producen unos cambios muy evidentes tanto en lo físico como en lo mental y emocional, y una vez que llegamos a la edad adulta, este proceso se para en seco, somos quienes somos y quienes siempre seremos.

 

Sin embargo, del mismo modo que nuestro cuerpo sigue cambiando, nuestra parte emocional y mental lo hace también.

 

Puede llegar a agobiarnos el hecho de que no nos asentemos nunca, pero muchas veces este miedo tiene más que ver con la dificultad de aceptar que tras periodos de certeza y asentamiento, vienen otros de revisión y revolución.

 

Aunque siempre hay una parte de nosotros que se mantiene estable a lo largo de nuestra vida, esto es, el carácter y el temperamento, nuestras necesidades, deseos, gustos, proyectos de vida pueden ir cambiando constantemente. A lo mejor lo que una vez deseaba con muchísimo fervor dejo de desearlo o necesitarlo un tiempo después.

 

El gestionar estos cambios puede ser motivo de susto y desasosiego, sobretodo cuando nos aferramos a esas creencias, necesidades y deseos que nos son conocidos y nos resistimos a intentar integrar aquello que está ocurriendo en nosotros.

 

Evidentemente, esta oposición no es voluntaria, inconscientemente se nos mueven cosas que nos impiden ir a favor de la corriente. Introyectos, creencias limitantes que nos vienen de lejos, la dificultad de hacer el duelo de lo anterior y fluir en el presente, la anticipación, etc pueden ser algunas de las cosas que puedan estar influyendo en nuestra dificultad para aceptar lo que viene.

 

Es importante afrontar estos periodos desde la escucha, la comprensión, la curiosidad y la aceptación, aunque sea difícil, puesto que la oposición puede ser motivo de mucha más angustia y revoltijo, y entender que todo acaba asentándose.